Introducción
En ningún tema se encontrará que la cristiandad se ha extraviado más que en el del reino de Dios. Sin exageración, puede decirse que éste constituye la auténtica espina dorsal del propósito divino para la tierra y sus habitantes. ¿Qué es el reino de Dios? es una de las más importantes preguntas que pueden hacerse desde el punto de vista bíblico por esta razón: sea lo que fuere el reino de Dios, fue el principal tema del evangelio predicado por Jesús y sus apóstoles. Esto lo comprobamos con los siguientes testimonios:
«Y recorrió Jesús toda Galilea, enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando el evangelio del reino.» (Mateo 4:23)
«Recorría Jesús todas las ciudades y aldeas, enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando el evangelio del reino.» (Mateo 9:35)
«Después que Juan fue encarcelado, Jesús vino a Galilea predicando el evangelio del reino de Dios.» (Marcos 1:14)
«Pero él [Jesús] les dijo: Es necesario que también a otras ciudades anuncie el evangelio del reino de Dios.» (Lucas 4:43)
«Aconteció después, que Jesús iba por todas las ciudades y aldeas predicando y anunciando el evangelio del reino de Dios.» (Lucas 8:1)
«Habiendo reunido a sus doce discípulos, les dio poder y autoridad sobre todos los demonios, y para sanar enfermedades. Y los envió a predicar el reino de Dios.» (Lucas 9:1,2)
«Y tomándolos, se retiró aparte, a un lugar desierto de la ciudad llamada Betsaida. Y cuando la gente lo supo, le siguió; y él les recibió, y les hablaba del reino de Dios.» (Lucas 9:10,11)
Los ministros religiosos de la actualidad creen que ellos predican el evangelio presentando a la gente la muerte de Cristo. La muerte de Cristo, en su valor sacrificial, viene a ser indudablemente un elemento en el testimonio apostólico del evangelio; pero considerando si éste fue el entero evangelio de la predicación del primer siglo, debemos recordar que Cristo y sus discípulos predicaron el evangelio tres años antes de la crucifixión. No solamente esto, pues tenemos evidencia de que los apóstoles, aun cuando «pasaban por todas las aldeas, anunciando el evangelio,» ellos mismos no se daban cuenta de que Cristo tenía que sufrir. Cristo les dijo a sus discípulos: «Es necesario que el Hijo del Hombre padezca muchas cosas, y sea desechado por los ancianos, por los principales sacerdotes y por los escribas, y que sea muerto, y resucite al tercer día» (Lucas 9:22). Pero también está escrito: «Mas ellos no entendían estas palabras, pues les estaban veladas para que no las entendiesen» (Lucas 9:45). El hecho de que ellos «predicaban el evangelio,» mientras estaban en un estado de ignorancia respecto de los sufrimientos de Cristo, es prueba irrefutable de que el evangelio que ellos predicaban debe haber sido algo muy diferente del evangelio de los tiempos modernos, que consiste exclusivamente en la predicación de la muerte de Cristo en la cruz. La diferencia es manifiesta en los testimonios citados, que nos dicen que ellos predicaban el reino de Dios.
Los siguientes pasajes prueban que el reino de Dios fue también predicado por los apóstoles después de la muerte, resurrección y ascensión de Cristo, y que continúa siendo un válido y esencial elemento del evangelio en la actualidad:
«Pero cuando [los samaritanos] creyeron a Felipe, que anunciaba el evangelio del reino de Dios y el nombre de Jesucristo, se bautizaban hombres y mujeres.» (Hechos 8:12)
«Y entrando Pablo en la sinagoga, habló con denuedo por espacio de tres meses, discutiendo y persuadiendo acerca del reino de Dios.» (Hechos 19:8)
«Pablo…recibía a todos los que a él venían, predicando el reino de Dios y enseñando acerca del Señor Jesucristo.» (Hechos 28:30,31)
«Entre quienes he pasado predicando el reino de Dios.» (Hechos 20:25)
Pablo procuraba con celo extremado que el mismo evangelio que él había predicado, continuara siendo predicado hasta el fin del mundo. «Mas si aun nosotros, o un ángel del cielo,» decía, «os anunciare otro evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema» (Gálatas 1:8). De aquí que el evangelio, que según él era el poder de Dios para salvación a todo aquel que cree (Romanos 1:16), abarcaba la doctrina del reino de Dios; porque él mismo la predicaba continuamente tanto a judíos como a gentiles.
¿Qué el El Reino de Dios?
Repetimos que, en estas circunstancias, la pregunta «¿qué es el reino de Dios?» es la más importante que tenemos que contestar.
¿Qué es el reino de Dios? Diferentes respuestas serán dadas por diferentes clases de personas. Algunos lo conciben como la supremacía de Dios en los corazones de los hombres—una especie de dominio espiritual existiendo simultáneamente con la actual vida secular. Otros consideran que el reino está constituido por las iglesias «cristianas,» denominándolas en conjunto la cristiandad o el reino de Cristo, mientras que una tercera parte lo ve en la naturaleza misma, continuando de generación en generación.
Los que sostienen la primera idea, encuentran apoyo para su creencia en las palabras de Cristo: «El reino de Dios está entre vosotros» (Lucas 17:21). Ellos pasan por alto el hecho de que estas palabras fueron dirigidas a los fariseos, de quienes decía Jesús: «Por fuera, a la verdad, os mostráis justos a los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía e iniquidad» (Mateo 23:28). Este no es el estado mental que existe donde se supone que mora el reino de Dios. El hecho de que la afirmación en cuestión fue dirigida a hombres de este carácter demuestra que no tenía el significado que generalmente se pretende. Lo que Cristo dio a entender fue que su propia presencia entre ellos representaba la «Majestad de los cielos,» en respuesta a las preguntas capciosas de los fariseos.
También se cita Romanos 14:17: «El reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo»; pero esto sólo afirma una verdad, sin destruir la otra. Es verdad que el reino de Dios, cuando sea establecido, estará caracterizado por las cualidades enumeradas por Pablo; pero no se puede deducir de esto que el reino de Dios no será una manifestación real y gloriosa del poder de Dios en la tierra por medio de la intervención personal de Su Hijo desde los cielos.
La segunda idea, según la cual el reino de Dios se encuentra en el sistema religioso actual como «la iglesia visible,» no tiene ni la apariencia de un fundamento bíblico. Su existencia puede ser trazada hasta los tiempos posteriores a la conquista del paganismo, en los comienzos del siglo cuarto, cuando Constantino libró al cristianismo de sus perseguidores, y lo elevó por primera vez al trono de la prosperidad y el poder. En la alegría del gran cambio, los obispos dijeron que el reino de Dios había venido con el establecimiento de la Iglesia. Sin embargo, nosotros debemos investigar en el Nuevo Testamento (no en la historia de la Iglesia) la idea bíblica de la iglesia. Encontramos que la iglesia está compuesta de los herederos del reino, que están siendo probados para su exaltación venidera. Ellos no son el reino mismo. Nos referimos como prueba al argumento que sigue en ésta y las demás conferencias.
El tercer punto de vista, que considera el universo como «el reino de Dios,» tiene más verdad en sí que el primero y el segundo, pero aun así encontraremos mucho error. La naturaleza es ciertamente el dominio de la Deidad en un sentido exaltado. Pero no es lo que en las Escrituras se identifica como «el reino de Dios.» Nos atrevemos a hacer esta afirmación debido al abundante testimonio bíblico disponible, que luego presentaremos.
El Origen de la Idea del Reino de Dios
Esforzándonos por precisar el significado de la frase, «el reino de Dios,» no podemos hacer otra cosa que investigarla en su origen. Es una frase de la Biblia y allí se origina. La encontramos usada en contraste con «el reino de los hombres,» que ocurre tres veces en Daniel 4:17,25,32. «El reino de los hombres» está formado por el conjunto de los gobiernos humanos. Es una designación apropiada para todos ellos. Ellos constituyen la encarnación de un principio, a saber, el gobierno del hombre por el hombre mismo. Ya sea un déspota o un parlamento libre, siempre se trata de un autogobierno humano. Esto ha sido el alfa y la omega de toda fe política, desde que el hombre fue enviado del Edén al exilio para cuidar de sí mismo. Su forma ha variado en diferentes épocas y países, según las ideas e inclinaciones de los hombres; pero los hombres han concordado con maravillosa unanimidad sobre el resorte principal del sistema. No ha habido diferencia entre las más amargas facciones en cuanto al origen del poder que pretenden ejercer, a saber, la voluntad del hombre, ya sea realista o republicano, despótico o constitucional.
La voluntad del hombre es la piedra fundamental de cualquier edificio político en existencia; el fundamento del vasto sistema de naciones que cubren la faz de la tierra. Nadie pone jamás en tela de juicio la legitimidad de la autoridad humana políticamente encarnada. La realidad es que el mundo no conoce otra clase de autoridad. Aunque crea en Dios, la falsa teología lo ha excluido de cualquier influencia en la mente de los hombres sobre cosas prácticas. Los teólogos confinan Su jurisdicción a «cosas espirituales,» a las cuales se les ha llegado a dar un significado artificial; y aun en éstas solamente les rinde una forzada y ocasional deferencia. En realidad, ellos no reconocen a Dios. No poseen más alta autoridad que la de ellos mismos. Afirman el derecho de ser sus propios amos; de disponer de la riqueza del mundo como lo consideren conveniente, y de hacer leyes según sus deseos.
Este espíritu está encarnado en todos los reinos del mundo. Es el germen del cual han sido desarrollados. Así que en un sentido enfático y particular, el gobierno humano tal como se manifiesta en diversidad de formas en la faz del globo, es el reino de los hombres. Es la presunción del hombre incorporada políticamente, la imposición organizada de los preceptos humanos sin respeto por la autoridad de Dios. Dadas las circunstancias, esto es permitido por Dios como un mal necesario, y él lo supervisa teniendo a la vista Sus propósitos futuros. «El Altísimo tiene el dominio en el reino de los hombres, y lo da a quien él quiere» (Daniel 4:32). Esta concepción del actual estado de cosas nos prepara para comprenderel reino de Dios.
Jesús enseñó a sus discípulos a orar, diciendo: «venga tu reino.» Aún no ha venido; de lo contrario, el reino de los hombres no estaría existiendo, puesto que «los reinos del mundo» han de cesar cuando venga el reino de Dios. Los reinos del mundo vendrán a ser Suyos; y el profeta nos muestra que cuando esto suceda los gobiernos del mundo no estarán más en las manos de ilegítimos, ambiciosos y errados reyes y gobernantes. Cuando el reino de Dios venga, desplazará y destruirá todos los poderes en el mundo, y establecerá visiblemente el poder de Dios en la tierra, por la mano de Cristo y de sus santos-todo lo cual será hecho manifiesto al lector en lo que sigue.
El Sueño de Nabucodonosor
Para un vistazo general del tema, no podemos hacer nada mejor que buscar el segundo capítulo de Daniel. Se trata de una revelación de suma importancia. En realidad es la historia del mundo, condensada en la forma de una profecía en un solo capítulo. Para entender sus implicaciones, debemos transportarnos más de veinte siglos en el pasado y situarnos, en nuestra imaginación, cerca de Nabucodonosor, el representante de la primera gran dinastía babilónica. En este capítulo encontramos al monarca en estado visionario. Está pensando en sus grandes logros, en su brillante carrera, y en la fama y dominio que ha establecido. Mientras revisa el pasado, su mente se traslada al futuro. «En tu cama, te vinieron pensamientos,» dice Daniel, «por saber lo que había de ser en lo porvenir.»
¿Sería el gran imperio que había fundado, un lugar seguro para las naciones a través de todas las generaciones? o ¿surgiría después de su muerte alguien que causaría su disolución y ruina? ¿Cuál sería la suerte del usurpador? ¿Continuaría su poder? o ¿compartiría su misma suerte? ¿Sería el mundo un constante campo de batalla? ¿Sería la historia una narrativa eterna de lucha y derramamiento de sangre? ¿Estaría maldita la humanidad para siempre con las rivalidades de los potentados y las devastaciones causadas por la ambición militar? En este estado mental termina por dormirse el monarca; y mientras está en penumbra, un sueño es impreso en las tabletas de su cerebro por el Gran Artífice que tiene en Sus manos los corazones de todos los hombres. El sueño tiene el propósito de contestar los interrogantes que han surgido en la mente del rey, e iluminar también a las futuras generaciones según el propósito del Todopoderoso.
Cuando el rey despierta, el sueño es instantáneamente olvidado. Se ha ido. El rey solamente sabe que ha tenido un sueño extraordinariamente impresionante; pero no puede recordar siquiera sus rasgos generales. Está deprimido. El sueño ha dejado tras él la impresión de que no fue un sueño ordinario; pero por más que el rey se esfuerce no puede recordarlo. En su depresión recurre a los magos de la corte, quienes, según las tradiciones de su orden, debían tener la capacidad de decirle el sueño y su significado. Pero la demanda está más allá de sus recursos. Ellos confiesan su incapacidad de proporcionar información que está fuera de su alcance personal. El rey está irritado: interpreta su incapacidad como evidencia de su impostura, y establece un decreto para su muerte.
El Profeta Daniel Revela el Sueño y lo Interpreta
Este decreto involucra a Daniel, quien es un cautivo real en la corte de Nabucodonosor, y a quien ha sido asignada una posición honoraria entre los sabios del rey, a causa de su capacidad y cultura. Al darse cuenta de la situación y su causa, Daniel solicita una demora con la esperanza de obtener de Dios el conocimiento del secreto del rey. Aquella noche, él y ciertos compañeros cautivos hacen del asunto objeto de súplica y oración especial, y en aquella misma noche le es comunicado a Daniel el conocimiento y significado del sueño del rey. Daniel es llamado, y la dificultad del rey llega a su fin. Ahora fijemos nuestra atención en la primera declaración de Daniel al rey: «Hay un Dios en los cielos, el cual revela los misterios, y él ha hecho saber al rey Nabucodonosor lo que ha de acontecer en los postreros días» (Daniel 2:28). Esto debe ser notado. Muestra que la visión encuentra su culminación en los «postreros días,» una frase empleada en la Escritura para describir el período final de los asuntos humanos. Esto nos da un interés especial, puesto que afecta nuestro propio tiempo y el futuro.
Daniel describe el sueño. El soñador real vio una impresionante imagen de gran tamaño y apariencia imponente. Mientras el observador miraba, apareció un segundo objeto independiente. Una piedra procedente de una cercana montaña y cortada por una agencia misteriosa vino ruidosa a través del aire; golpeó en los pies a la gran imagen con tal violencia que la imagen se derrumbó, cayendo en fragmentos. La piedra creció mucho y rodó entre estos fragmentos moliéndolos hasta hacerlos polvo que el viento se llevó. Luego la piedra continuó agrandándose hasta volverse una gran montaña que llenó toda la tierra.
Así que la visión consistía de dos objetos, separados e independientes, y apareciendo uno antes del otro. Es importante darse cuenta de esto. La imagen es vista primero imponente en su esplendor metálico; luego se muestra la piedra, no como un cuerpo pasivo y coexistente, sino directamente antagónico. No hay afinidad entre las dos cosas; la piedra no se mueve suavemente hasta la imagen, incorporándose gradualmente con su substancia. Al contrario, irrumpe ante ella con violencia e inmediatamente la derrumba hasta la tierra en ruinas; cuando el viento ha despejado los residuos triturados, la piedra crece hasta convertirse en una gran montaña que llena la totalidad de la tierra. Al hacer esto, no se apropia de ninguna parte de la sustancia de la imagen demolida, pues toda ha sido llevada por el viento; en vez de esto, crece por su propia fuerza inherente.
Seguidamente, los símbolos son explicados por Daniel:
«Tú, oh rey, eres rey de reyes; porque el Dios del cielo te ha dado reino, poder, fuerza y majestad…Tú eres aquella cabeza de oro. Y después de ti se levantará otro reino inferior al tuyo; y luego un tercer reino de bronce, el cual dominará sobre toda la tierra. Y el cuarto reino será fuerte como hierro; y como el hierro desmenuza y rompe todas las cosas, desmenuzará y quebrantará todo. Y lo que viste de los pies y los dedos, en parte de barro cocido de alfarero y en parte de hierro, será un reino dividido…será en parte fuerte, y en parte frágil…Y en los días de estos reyes el Dios del cielo levantará un reino que no será jamás destruido, ni será el reino dejado a otro pueblo; desmenuzará y consumirá a todos estos reinos, pero él permanecerá para siempre, de la manera que viste que del monte fue cortada una piedra, no con mano, la cual desmenuzó el hierro, el bronce, el barro, la plata y el oro.» (Daniel 2:37-45)
La Visión de Daniel
Antes de considerar estas declaraciones, será ventajoso tomar en cuenta el séptimo capítulo de Daniel, donde las mismas cosas son reveladas en otra forma. Si el lector se toma el trabajo de leer el capítulo se verá recompensado por una clara comprensión del objeto del argumento. Narra una visión del mismo Daniel, la cual es interpretada por los ángeles. En la visión, las bestias sustituyen los metales de Nabucodonosor, y la piedra encuentra su contraparte en el juez que se sienta y quita su dominio a la cuarta bestia, destruyéndola y arruinándola hasta el fin.
En las dos visiones tenemos una doble representación de la misma cosa. Su gran enseñanza profética es que habrían de levantarse en la tierra cuatro fases o formas sucesivas de gobierno universal y que en su totalidad serían desplazadas al final por un reino eterno que sería establecido por Dios. Las visiones son amplias y comprensivas. No se refieren a manifestaciones locales. Toman al mundo civilizado como un conjunto y nos presentan una vista general de los grandes cambios políticos sucesivos en la historia del mundo sin tocar la infinidad de detalles que constituyen el material de la historia escrita. Fueron dadas para gratificar la provechosa curiosidad que busca conocer el desenlace de la historia y el destino de la raza humana. La revelación fue hecha en casi los albores de la época histórica, es decir, durante el reinado de Nabucodonosor, rey de Babilonia. Eso es veinticinco siglos atrás; y es nuestro privilegio poder verificar su cumplimiento en el curso de la historia, y por consiguiente estar preparados para mirar con confianza hacia su gloriosa consumación.
El imperio establecido por Nabucodonosor estaba en existencia durante el tiempo de las visiones; lo reconocemos en la cabeza de oro de la imagen y en el león con alas de águila de la visión de Daniel. Ambos son símbolos apropiados del poder de Babilonia: uno representa el esplendor y la magnificencia del imperio y el otro su supremacía entre las naciones.
«Después de ti,» dice Daniel, «se levantará otro reino inferior al tuyo»; y este es representado por el metal inferior, la plata. Esta predicción fue cumplida. Una insurrección ocurrió bajo Darío el medo en los días del nieto de Nabucodonosor, lo que resultó en la completa eliminación de la dinastía y el establecimiento del imperio medo-persa. Darío murió dentro de dos años sin dejar sucesor, y el trono vacante fue pacíficamente ocupado por Ciro de Persia, el legítimo heredero. La fase persa continuó 204 años y nueve meses; así que la fase persa del imperio de plata fue de mucha mayor duración que la fase meda del mismo imperio. Esto es lo que significa el oso que se alza de un lado en la segunda visión; y en Daniel 8, el macho cabrío con dos cuernos desiguales, de los cuales se dice (versículo 3) «uno era más alto que el otro; y el más alto creció después.» Esto es, la fase persa del segundo imperio, que fue la más larga, era la última en el orden. Refiero al lector al capítulo mismo para más detalles. El oso que es escogido en la visión de Daniel para representar el imperio medo-persa tiene «en su boca tres costillas entre los dientes.» La peculiaridad política simbolizada por estas costillas es identificada así:
«Pareció bien a Darío constituir sobre el reino ciento veinte sátrapas, que gobernasen en todo el reino. Y sobre ellos tres gobernadores, de los cuales Daniel era uno, a quienes estos sátrapas diesen cuenta, para que el rey no fuese perjudicado.» (Daniel 6:1)
Darío Codomano, el último ocupante del trono medo-persa, fue derrotado por Alejandro el macedonio, también llamado «el Grande,» quien destruyó totalmente el poder del imperio persa. Después llegó el gobierno de la malla de bronce, los griegos. Alejandro se convirtió en el único emperador del mundo, estableciendo «el tercer reino de bronce.» Su dominio no duró intacto mucho tiempo. Como explicación de otra visión de Daniel (capítulo 8:21,22}, se había escrito:
«El macho cabrío es el rey de Grecia, y el cuerno grande que tenía entre sus ojos es el rey primero. Y en cuanto al cuerno que fue quebrado, y sucedieron cuatro en su lugar, significa que cuatro reinos se levantarán de esa nación, aunque no con la fuerza de el.»
Lo mismo había sido predicho en las siguientes palabras (Daniel 11:3,4):
«Se levantará luego un rey valiente, el cual dominará con gran poder…Pero cuando se haya levantado, su reino será quebrantado y repartido hacia los cuatro vientos del cielo; no a sus descendientes, ni según el dominio con que él dominó.»
El cumplimiento de estas predicciones fue muy impresionante. A la muerte de Alejandro, su imperio fue dividido entre sus cuatro generales, quedando establecido en cuatro divisiones independientes, «no con la fuerza de él,» como el ángel había predicho; porque su poder no fue perpetuado por sus descendientes, sino compartido entre extraños
El Cuarto Reino: Roma
El cuarto reino es predicho «fuerte como hierro; y como el hierro desmenuza y rompe todas las cosas.» En un caso es representado por las piernas de hierro, pies y dedos de la imagen, y en la otra por una cuarta bestia con diez cuernos, la cual describe Daniel como «espantosa en gran manera, que tenía dientes de hierro y uñas de bronce, que devoraba y desmenuzaba, y las sobras hollaba con sus pies.» Aquí, de nuevo, la historia proporciona una completa verificación de la profecía. Roma surgió en poderosa existencia, y derrotando el poder de Grecia llegó a ser la soberana del mundo, extendiendo sus dominios más allá de los límites de cualquier imperio anterior, y estableciendo uno de los más fuertes despotismos que jamás había visto el mundo. Sus cualidades políticas coinciden en todo sentido con las fuertes figuras empleadas. Era «fuerte como hierro» y «espantosa y terrible y en gran manera fuerte.» La sagacidad de sus gobernantes, el vigor de su administración imperial, la habilidad militar de sus generales, la disciplina de su ejército, la fortaleza de sus leyes, y la ilimitada extensión de sus recursos, se combinaron para hacer de Roma la más poderosa pieza de maquinaria política que el mundo jamás ha visto. Su fortaleza, sin embargo, aunque grande y prolongada, no fue indefinidamente duradera. El lenguaje de la visión exigía que llegaran aquellos días de debilidad. «En parte fuerte y en parte frágil,» es la predicción, y así los días del poder romano universal se fueron.
Luego vino el estado «en parte frágil.» Habiendo comenzado fuerte, como se da a entender por las piernas de hierro de la imagen y la asociada fortaleza de la cuarta bestia de la visión de Daniel, ahora entraba en su última etapa, la fase representada por la mezcla de barro cocido y hierro en los pies y dedos de la imagen, y los cuernos antagónicos de la cabeza de la cuarta bestia. Rota al fin por las continuas irrupciones de las invasiones barbáricas del norte, la vemos ahora en un estado de debilidad y división. Las naciones europeas como actualmente las vemos son la fase dividida del poder romano. La vieja fortaleza imperial ha dejado de existir. Roma ya no gobierna el mundo. Ya no controla los destinos de la humanidad con el más formidable de los despotismos. Se ha roto, dividido, debilitado, convirtiéndose en un conjunto frágil y dislocado de naciones, las cuales difícilmente se mantienen unidas por muchas debilidades: una mezcla de hierro y barro de quebradiza cohesión, destinada muy pronto a ser desintegrada en átomos por la invencible roca de los cielos.
Roma nunca ha sido sustituida. Ha sido transformada por muchas vicisitudes. Ella aún permanece en debilidad. La actual división política en el continente de Europa no es sino una prolongación de su existencia en otra forma, correspondiendo a los requerimientos de la visión. Nos muestran la última fase del cuarto reino, y nos dicen que nos aproximamos al tiempo cuando llegará un cambio sobre el mundo, cuando el quinto reino será manifestado con destructivo antagonismo hacia todos los poderes humanos.
Esto sugiere la consumación. La exactitud con la que esta revelación profética ha sido verificada en la historia proporciona una pista e inspira completa confianza con respecto a la parte no cumplida de la visión. La historia nos ha traído hasta los pies de la imagen y la última de las cuatro bestias; esto es, al final del cuarto gran dominio que se predijo surgiría en la tierra. Pero ¿qué hay más allá? Que todos tomen su asiento y examinen los capítulos segundo y séptimo de Daniel con mucha atención, y vean que, como asunto de testimonio evidente, él llega a la conclusión de que el siguiente paso en la marcha de los eventos es la visible intervención del poder divino en los asuntos humanos.
Examínese la piedra: es cortada de su cantera por una agencia milagrosa. Aparece en la escena después que la imagen ha alcanzado completo desarrollo. Desciende sobre los pies de la imagen con violencia, y reduce a polvo la estructura de características humanas, la cual es barrida por el viento; entonces la piedra se expande hasta dimensiones que ocupan toda la tierra. ¿Cuál es la interpretación de todo esto? Casi podríamos resolver el problema sin ayuda, siendo tan inequívoco el significado evidente del simbolismo. Pero dejemos que decida el claro lenguaje de la divina explicación (Daniel 2:44):
«Y en los días de estos reyes el Dios del cielo levantará un reino que no será jamás destruido, ni será el reino dejado a otro pueblo; desmenuzará y consumirá a todos estos reinos, pero él permanecerá para siempre.»
La Intervención Divina en el Mundo
¿Podrá haber alguna diferencia de opinión en cuanto al significado de este lenguaje? Está dirigido a nosotros como una interpretación; por consiguiente, no es enigmático. Es una afirmación clara y literal, declarando el propósito de Dios de eliminar el arreglo existente en la tierra, y esto no en una manera invisible, quieta y gradual, como el esperado desarrollo del milenio espiritual; sino con la destructividad visible y violenta y el repentino descenso de la piedra sobre la imagen. Los cuatro reinos se han destruido unos a los otros; pero debido a que eran de la misma naturaleza (humana) no están representados en la visión de la imagen como objetos conflictivos y separados, sino como parte del mismo cuerpo político. Aun así, ellos se sustituyen violenta y completamente, aunque ninguna violencia es señalada en el símbolo.
La única violencia representada está en relación con la crisis que aún no ha llegado. Es empleada por la piedra contra la imagen, la cual representa el sistema entero del gobierno humano. Esto nos conduce a anticipar violencia de una naturaleza sin precedentes, en el momento de ocurrir el evento. El lector verá que las palabras de la interpretación corroboran estrictamente esta legítima inferencia. «El Dios del cielo…desmenuzará y consumirá a todos estos reinos.» En este sentido se predice la completa interrupción de todos los sistemas de gobierno humano, la completa y violenta supresión de todos los poderes. Esto no es una idea personal o un análisis particular fundado sobre un símbolo ambiguo, sino una simple reiteración del inconfundible lenguaje de la interpretación inspirada. El mismo propósito es sugerido claramente en otras partes de la Escritura. Por ejemplo en Salmos 2, Cristo es señalado con el siguiente lenguaje (versículos 8 y 9):
«Pídeme, y te daré por herencia las naciones, y como posesión tuya los confines de la tierra. Los quebrantarás con vara de hierro; como vasija de alfarero los desmenuzarás.»
Otra vez, Salmos 110:5,6, donde es también objeto de un cántico inspirado:
«El Señor está a tu diestra; quebrantará a los reyes en el día de su ira…Quebrantará las cabezas en muchas tierras.»
También Isaías describe la misma intervención divina, diciendo (24:21-23):
«Acontecerá en aquel día, que Jehová castigará al ejército de los cielos en lo alto, y a los reyes de la tierra sobre la tierra. Y serán amontonados como se amontona a los encarcelados en mazmorra, y en prisión quedarán encerrados, y serán castigados después de muchos días. La luna se avergonzará, y el sol se confundirá, cuando Jehová de los ejércitos reine en el monte de Sion y en Jerusalén, y delante de sus ancianos sea glorioso.»
Ana, en ocasión del nacimiento de Samuel, usa las siguientes palabras en su cántico (1 Samuel 2:10):
«Delante de Jehová serán quebrantados sus adversarios, y sobre ellos tronará desde los cielos; Jehová juzgará los confines de la tierra, dará poder a su Rey, y exaltará el poderío de su Ungido [Cristo].»
Hageo 2:21,22:
«Yo haré temblar los cielos y la tierra; y trastornaré el trono de los reinos, y destruiré la fuerza de los reinos de las naciones.»
Hay muchas otras declaraciones de similar importancia en las Escrituras; pero estas son suficientes para mostrar que la enseñanza en el libro de Daniel no es aislada o excepcional, puesto que coincide con el tono general del testimonio profético. Ese testimonio destruye la idea popular de un milenio resultante de la actividad evangélica. Vuelve insostenible la teoría del gradual entendimiento y superación por medio de agencia humana. Muestra que todas las esperanzas de un día de perfección, como consecuencia del triunfo final del cristianismo en el mundo, son solamente un sueño, destinado a esfumarse en los terribles juicios por medio de los cuales los poderes del mundo serán trastornados.
Volviendo a Daniel, encontramos que no solamente hay un trabajo de demolición, sino también un trabajo de construcción y restitución. Esta es la característica más gloriosa del propósito divino: «El Dios del cielo levantará un reino que no será jamás destruido, ni será el reino dejado a otro pueblo; desmenuzará y consumirá a todos estos reinos, pero él permanecerá para siempre.» Consideremos por un momento lo que significa el establecimiento del reino, y entenderemos mejor esta declaración. Un reino no es una abstracción. No es una cosa aislada: es el conjunto de ciertos elementos que lo hacen posible. Un rey por sí mismo no es un reino; tampoco lo es un territorio, o pueblo, o leyes, por separado. Se requiere la combinación de todos ellos para constituir un reino. Esto debe ser obvio para el juicio de cada persona. Un reino incluye, primero, un rey; segundo, una aristocracia; tercero, un pueblo; cuarto, un territorio; quinto, las leyes. Establecer un reino es obviamente arreglar y combinar estos elementos. Nombrar un rey no es establecer un reino: David fue ungido años antes de ascender al trono; pero el reino de David no fue establecido sino hasta que David realmente llegó a ser rey sobre el reino. Disponer de un territorio no es establecer un reino: una tierra sin rey o sin habitantes, no es un reino. Establecer un reino es reunir varias partes para formar una sola. Según el testimonio visto, comprobamos que es el propósito del Todopoderoso hacer realmente esto: organizar Su propio reino en lugar de los que ahora ocupan la tierra, después de que estos hayan sido eliminados. De aquí que seamos invitados a esperar, como resultado inevitable del testimonio creído, que cuando los cuatro reinos actualmente en existencia sean abolidos por Dios, surgirá un nuevo y visible orden de cosas en la tierra, en el cual habrá un rey nombrado por Dios, una aristocracia constituida por Dios, un pueblo seleccionado por Dios, una tierra elegida por Dios, y leyes dadas por Dios. Todo esto constituirá el reino de Dios en la tierra. Por consiguiente, encontramos que cada uno de estos elementos es mencionado separadamente en el curso de la profecía. Sobre el asunto del rey, no es necesario salir de Daniel (7:13,14):
«Miraba yo en la visión de la noche, y he aquí con las nubes del cielo venía uno como hijo de hombre…y le fue dado dominio, gloria y reino, para que todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieran; su dominio es dominio eterno, que nunca pasará, y su reino uno que no será destruido.»
Aquí tenemos una explicación de Daniel 2:44. El punto principal que debe ser notado es que Daniel nos proporciona el primer elemento del reino, es decir el rey, como puede verse en el capítulo 9:25, «el Mesías Príncipe.» Este es Jesucristo, a quien se describe en Apocalipsis 19:16 como «Rey de reyes y Señor de señores.» Este es un tema muy amplio, al cual se le dedicará un estudio posterior completo.
Los Santos Ayudarán a Gobernar el Reino
Daniel también nos muestra los gobernantes del reino venidero. Los encontramos en el versículo 27 del capítulo 7:
«El reino, y el dominio y la majestad de los reinos debajo de todo el cielo, sea dado al pueblo de los santos del altísimo.»
Estos son mencionados por Pedro (1 Pedro 2:9), como «linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios.» En Apocalipsis 5:10 se les representa en el futuro cantando, «Nos has hecho para nuestro Dios reyes y sacerdotes, y reinaremos sobre la tierra.» Nosotros reconocemos en estos a los hermanos de Cristo que son fieles hasta el final, y considerados dignos de heredar el reino de Dios. Escribiendo a los tales, dice Pablo: «Dios, que os llamó a su reino y gloria» (1 Tesalonicenses 2:12); y también: «¿No sabéis que los santos han de juzgar al mundo?» (1 Corintios 6:2). Así que la aristocracia de la futura época son ni más ni menos que los hombres y mujeres pobres de ésta y de todas las épocas pasadas, quienes hacen la voluntad de Dios y esperan su salvación. Ellos son «pueblo tomado de entre los gentiles para su nombre.» Han sido llamados «a su reino y gloria» y, por consiguiente, su «ciudadanía está en los cielos.» Ellos no tienen aquí «ciudad permanente,» pues buscan «la por venir.» No son conocidos o reconocidos por el mundo. Caminan en oscuridad y provienen de entre los humildes de la tierra. No tienen nombre, posición o riquezas y sin embargo son los más grandes entre los hijos de los hombres. Están destinados a ser los gobernantes en una época perfecta y sin fin, poseyendo la riqueza que los grandes hombres están ahora apilando con diligencia. Son monarcas en grado más ilustre que cualquiera de «los gobernadores de las tinieblas de este siglo.» El tiempo se aproxima cuando el Todopoderoso «quitará de los tronos a los poderosos, y exaltará a los humildes.» ¡Qué privilegio es el de estar entre los humildes aun cuando al presente implique oscuridad y difamación!
La Restauración del Reino Judío
Ahora veamos los gobernados del reino. Son claramente identificados como los judíos a quienes Moisés dice (Deuteronomio 7:6):
«Jehová tu Dios te ha escogido para serle un pueblo especial, más que todos los pueblos que están sobre la tierra.»
Los judíos están ahora esparcidos y en condición aflictiva; pero serán reunidos de su dispersión y reinstalados en su tierra como una gran nación, para constituir el pueblo gobernado por el Mesías a su regreso. [Nota del traductor: Estas palabras fueron escritas en el año 1862, cuando el pueblo judío aún no había regresado a Palestina para formar el actual Estado de Israel]. Este es un tema que ocupará un estudio separado. Mientras tanto, es necesario hacer esta pequeña mención sobre el tema a fin de completar el cuadro del reino de Dios. Es necesario agregar, para prevenir una falsa interpretación, que los habitantes súbditos de la tierra en la época futura no son exclusivamente los judíos. También comprenden «todos los pueblos, naciones y lenguas.» «El reino de Dios» es distinto de «todos los pueblos, naciones y lenguas» a los cuales gobierna, así como el reino de Gran Bretaña es distinto del Canadá, Nueva Zelanda, y sus otras colonias. Los judíos serán para el reino de Dios lo que son los ingleses para Inglaterra; otras naciones formarán tantas dependencias sujetas, pero no constituyentes, del reino de Dios, de modo que mientras todos serán súbditos del reino, los judíos lo serán en un sentido propio y exclusivo. Así leemos en Zacarías 8:23:
«En aquellos días acontecerá que diez hombres de las naciones de toda lengua tomarán del manto a un judío, diciendo: Iremos con vosotros, porque hemos oído que Dios está con vosotros.»
También Miqueas 4:8:
«Y tú, oh torre del rebaño, fortaleza de la hija de Sion, hasta ti vendrá el señorío primero, el reino de la hija de Jerusalén.»
Esto se verá más claramente en otro estudio.
El Territorio del Reino
El cuarto elemento del reino, la tierra, es también mencionado con frecuencia en las Escrituras, y a menudo en tal sentido como para identificarlo directamente con el propósito futuro de Dios. De aquí que se hable repetidamente de «mi tierra.» Para su ilustración el lector puede leer Ezequiel 38:16; 36:5; Jeremías 16:18; 2:7; Isaías 14:25, etc. Moisés dice en Deuteronomio 11:12: «…tierra de la cual Jehová tu Dios cuida; siempre están sobre ella los ojos de Jehová tu Dios, desde el principio del año hasta el fin.» Esta era Palestina, «desde el río de Egipto hasta el río grande, el río Eufrates,» la tierra prometida en posesión personal eterna a Abraham, Isaac y Jacob (Génesis 13:14,15; 26:3; 28:13). Los judíos la ocuparon bajo pacto divino por muchos siglos; pero finalmente fueron expulsados de ella en vergüenza, por haberla contaminado. Al presente la tierra está desolada y profanada por muchas clases de abominaciones de los gentiles; pero se nos habla de un tiempo (Deuteronomio 32:43) cuando Dios «hará expiación por la tierra de su pueblo.» De ese tiempo está escrito (Zacarías 2:12):
«Jehová poseerá a Judá su heredad en la tierra santa, y escogerá aún a Jerusalén.»
También en Ezequiel 36:33-35:
«Así ha dicho Jehová el Señor: El día que os limpie de todas vuestras iniquidades, haré también que sean habitadas las ciudades, y las ruinas sean reedificadas. Y la tierra asolada será labrada, en lugar de haber permanecido asolada a ojos de todos los que pasaron. Y dirán: esta tierra que era asolada ha venido a ser como huerto del Edén; y estas ciudades que eran desiertas y asoladas y arruinadas, están fortificadas y habitadas.»
Respecto de las leyes, está escrito en Isaías 2:3,4:
«Y vendrán muchos pueblos, y dirán: Venid, y subamos al monte de Jehová, a la casa del Dios de Jacob; y nos enseñará sus caminos, y caminaremos por sus sendas. Porque de Sion saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra de Jehová. Y juzgará entre las naciones, y reprenderá a muchos pueblos; y volverán sus espadas en rejas de arado, y sus lanzas en hoces; no alzará espada nación contra nación, ni se adiestrarán más para la guerra.»
He aquí un sumario del testimonio de la Escritura, en el cual los cinco elementos constituyentes del reino de Dios se hacen claramente manifiestos. Es innecesario decir que el reino aún no tiene existencia: esta verdad es evidente en sí misma. Su existencia no comienza sino hasta que el gobierno humano es abolido. Hasta que la gran imagen, ahora sostenida en Europa sobre los diez dedos de sus pies, sea rota en pedazos «como tamo de las eras del verano, y se los lleve el viento sin que de ellos quede rastro alguno,» entonces la piedra se expandirá hasta llenar toda la tierra. Esa piedra aún no ha descendido; Jesucristo no ha regresado aún del lejano país adonde se ha ido para recibir un reino para sí (Lucas 19:12-27). El está esperando el tiempo señalado. Cuando ese tiempo llegue, él mismo se hará manifiesto como «la piedra que desecharon los edificadores, ha venido a ser cabeza del ángulo…sobre quien ella cayere, le desmenuzará (Lucas 20:17,18).» Saldrá para hacer la guerra «a los reyes de la tierra y a sus ejércitos» (Apocalipsis 19:11,19), y habiéndolos vencido, «los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo» (Apocalipsis 11:15).
Entonces comenzará un glorioso reino, duradero hasta el infinito, el más perfecto gobierno que jamás ha sido concebido por el mundo. Un rey a la cabeza poseyendo sabiduría igual a todas las exigencias del dominio universal: su misericordia sin mancha de egoísmo ni faltas por debilidad, y su poder omnipotente para imponer su voluntad. Un rey inmortal: ningún temor de muerte asustará a su corte ni echará a perder la gozosa confianza de los regocijantes pueblos que agradecerán a Dios su justa autoridad. Su gobierno será firme, directo y absoluto, sin vacilación, sin rodeos, sin dudas ni indecisión.
«Reposará sobre él el Espíritu de Jehová; espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de poder, espíritu de conocimiento y de temor de Jehová. Y le hará entender diligente en el temor de Jehová. No juzgará según la vista de sus ojos, ni argüirá por lo que oigan sus oídos; sino que juzgará con justicia a los pobres, y argüirá con equidad por los mansos de la tierra; y herirá la tierra con la vara de su boca, y con el espíritu de sus labios matará al impío.» (Isaías 11:2-4)
Autoridad absoluta, respaldada por la omnipotencia, gobernará a la humanidad con sencillez y vigor. La ley justa, emanando de su legítima Fuente, será reforzada con autoridad irresistible. La inocencia será protegida; la pobreza, eliminada; la rapacidad, restringida; la arrogancia, derrotada, y los derechos de todos, asegurados en todo. El gobierno del Rey será administrado por los asociados del Rey, sus inmortales, incorruptibles y perfeccionados hermanos, quienes habiendo recibido una previa preparación moral en circunstancias de grandes pruebas, habrán sido hechos semejantes al cuerpo glorioso de su Señor y Maestro. El poder estará permanentemente en sus manos, no por medio del sufragio popular, sino por mandato de verdadera realeza. El poder del pueblo será un mito en aquellos días. Toda afirmación de derecho hereditario de gobierno será suprimido. Una férrea administración con poderes sobrehumanos a su disposición destruirá vigorosamente la rebelión de cualquier clase, y mantendrá el único gobierno que habrá bendecido al mundo con paz y justicia en nombre del derecho divino. Entonces la gloria de Jehová cubrirá la tierra como las aguas cubren el mar. Entonces se cumplirán las palabras de los ángeles:
¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!
La Relevancia de Estas Cosas Para el Evangelio de Nuestra Salvación
Para comenzar, se ha mostrado claramente que este glorioso propósito fue anunciado en el evangelio predicado por Jesús y sus apóstoles, y fue proclamado para que fuera creído. Jesús dijo: «Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. El que creyere y fuere bautizado, será salvo.» Así que creer fue la primera condición para salvación, es decir, creer en las cosas establecidas en la proclamación a la cual el mandato se refiere. Estas cosas incluyen la doctrina del reino. De aquí que ningún hombre cree el evangelio si ignora las revelaciones proféticas que se refieren al reino de Dios. Obsérvese que Pablo predicaba el reino de Dios por medio de los profetas:
«Les declaraba y les testificaba el reino de Dios desde la mañana hasta la tarde, persuadiéndoles acerca de Jesús, tanto por la ley de Moisés como por los profetas.» (Hechos 28:23)
«Persevero hasta el día de hoy, dando testimonio a pequeños y a grandes, no diciendo nada fuera de las cosas que los profetas y Moisés dijeron que habían de suceder.» (Hechos 26:22)
«Así sirvo al Dios de mis padres, creyendo todas las cosas que en la ley y en los profetas están escritas.» (Hechos 24:14)
«Y Pablo, como acostumbraba, fue a ellos, y por tres días de reposo discutió con ellos, declarando y exponiendo por medio de las Escrituras.» (Hechos 17:2,3) (No había en esa época otras Escrituras más que el Antiguo Testamento.)
Antes de la muerte de Cristo, la crucifixión no formaba parte del evangelio. Posteriormente, sin embargo, vino a ser predicada como complemento de las cosas concernientes al reino de Dios. Esto se deduce de la distinción observada en las frases por medio de las cuales la predicación de los apóstoles es señalada en dos períodos diferentes. En los relatos de los evangelios, la proclamación es descrita como simplemente relacionada con «el reino de Dios.» En los Hechos de los Apóstoles se lee la frase «el evangelio del reino de Dios y el nombre de Jesucristo.» Las cosas concernientes al nombre de Cristo comprenden la enseñanza doctrinal de cómo los hijos de Adán pueden usar el único «nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos.» Esto implica la enseñanza referente al sacrificio de Cristo; pues de no haber muerto por nuestros pecados, y «resucitado para nuestra justificación,» sería imposible para nosotros vestirnos de su nombre, puesto que de otra manera su nombre no habría sido provisto. Por consiguiente, este elemento del «misterio de la piedad» fue añadido a las cosas concernientes al reino de Dios, para darles un valor práctico. Las buenas nuevas del reino no habrían sido evangelio para nosotros si no se hubiera abierto un camino para nuestra participación personal en la gloria que será revelada.
Este camino se abrió en la muerte y resurrección de Cristo; y el anuncio de este hecho, junto a la explicación de cómo podemos entrar en este camino se vuelve, naturalmente, una parte constituyente de las buenas nuevas. Una parte estaba incompleta sin la otra. La única diferencia entre el evangelio predicado por Cristo antes de su muerte y el proclamado después de su ascensión fue de que el último comprendía la enseñanza referente al nombre de Cristo además de la enseñanza del reino. No hubo alteración; solamente hubo adición. El reino fue predicado para creencia y esperanza; el sacrificio, para fe con miras a la esperanza. Ambos caminan juntos. Nunca estuvieron separados. Unidos, constituyen el evangelio único, predicado al mundo por los apóstoles de Cristo, como el medio de salvación humana. Por separado, cada uno de ellos es ineficaz para iluminar a los hombres hacia la salvación.
La Doctrina del Reino ha Desaparecido del Cristianismo Moderno
Es un hecho digno de notarse que, en este siglo de tan sonado conocimiento cristiano, no oímos nada en las predicaciones de los púlpitos acerca del primero y principal elemento del evangelio, el reino de Dios. Si se le menciona alguna vez, es con un significado totalmente diferente del que posee en las Escrituras. Tal como se usa por la generalidad de los religiosos, significa diferentes cosas en diferentes bocas; pero nunca se refiere a la gloriosa manifestación del poder divino en la tierra, el cual está destinado a trastornar en breve el total sistema de malgobierno humano, estableciendo un reino glorioso en la tierra, donde Dios será honrado y el hombre vivirá feliz. Además, con cualquier significado que se use la frase, nunca se habla o predica del reino de Dios en forma tal que sea parte del buen mensaje de los cielos que los hombres deben creer para salvación.
De manera que ha habido una gran desviación del ejemplo original. Así como los judíos de tiempos antiguos recibieron la doctrina del reino en una forma carnal y corruptible, así también los gentiles de los tiempos modernos, llenos de orgullo y confianza, sólo quieren oír de un sufriente Mesías a quien contemplan con ideas extraviadas. Por consiguiente tenemos dos extremos igualmente alejados de la verdad. La Biblia está situada entre los dos, y antes de que alguno de ellos pueda estar en posición segura deberán reunirse en la combinación del «evangelio del reino de Dios y el nombre de Jesucristo.» Al presente existe una grande y vital falla en la predicación popular. La gente es llevada a esperar un traslado al cielo al morir, como la gran meta de una vida religiosa y como la parte principal de las promesas de Dios, cuando en realidad tal esperanza es una proclamación ilusoria que no figura en ninguna parte de las Escrituras. Mientras, por otro lado, el glorioso evangelio del Dios bendito permanece escondido de sus ojos.
Si examinamos la enseñanza práctica del Nuevo Testamento encontraremos que está completamente entrelazada con la doctrina del reino de Dios. Comenzamos con la exhortación del gran Maestro mismo: «Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia» (Mateo 6:33). He aquí unas palabras claras. No oímos nada como ellas en las enseñanzas religiosas de esta época; tal consejo nunca cae de los labios de clérigos o ministros. Con todo su celo por la diseminación de la verdad de Cristo en el mundo, en realidad descuidan la inculcación de su elemento más esencial tal como lo expresan las palabras de la mencionada cita. Ellos nunca dicen a los hombres que busquen «primeramente el reino de Dios»; tampoco les dicen que esto es algo que ha de venir. El hecho es que ellos mismos ignoran el tema; porque, de otra manera, seguramente hablarían de él. Exhortan a sus oyentes a buscar «moradas en los cielos,» a prepararse para la muerte, estar listos para los cielos y salvar sus almas inmortales de los tormentos del infierno. Así proclaman doctrinas ficticias, mientras en todas sus predicaciones no hacen mención de la grande y central verdad futura relacionada con el reino de Dios. En esta forma ellos mismos se descalifican como ministros de la verdad y la luz.
Cristo no solamente exhorta a los hombres a buscar primeramente el reino de Dios, sino que también enseña a sus discípulos a orar por su venida, diciendo: «Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra.» Ninguna oración como ésta asciende de los púlpitos de las iglesias y capillas. Es cierto que en las iglesias es repetido «el padrenuestro» como una forma de ejercicio piadoso; pero cuando los ocupantes del púlpito hacen sus propias peticiones, no hacen ruegos porque venga el reino de Dios. En realidad oran por la extensión del reino del Redentor; pero ellos dan a entender con esto la propagación de la iglesia visible, lo cual es muy diferente del establecimiento en la tierra del reino divino del Todopoderoso (reino que aún no existe) para gloria de Su propio y grandioso nombre, y bendición de la humanidad. Tal oración es, en realidad, una declaración tácita de incredulidad en el propósito revelado de la venida del reino de Dios, debido a que asumen que el reino ya está en existencia. Ignorando los futuros planes de Dios, confirman como el reino de Dios un sistema que tan sólo es una corporación eclesiástica del error y la oposición a la divina verdad.
Debemos Recibir el Reino como Niños
Cristo ha dicho: «El que no recibe el reino de Dios como un niño, no entrará en él» (Lucas 18:17). Esta es una solemne declaración que merece o, más aún, demanda la más atenta consideración. Es un verdadero decreto de exclusión contra todo el que no crea humilde y gozosamente en las buenas nuevas del reino de Dios. Es fatal para el escéptico, cualquiera que sea la excelencia de su carácter. Excluye al hombre que está ocupado en los negocios y placeres de esta vida al grado de ser indiferente acerca del futuro, confiando ciegamente en que todo estará bien si trabaja duro y honradamente. Elimina al sofisticado hombre seudoliberal, quien en la sabiduría suprema de una educación científica, habla desdeñosamente de la «teología.»
Pero es igualmente fatal para otra clase que piensa que no tiene nada que temer. ¿Qué dicen a esto los cristianos profesos? ¿Cuál es la posición de los bautistas, metodistas, anglicanos, etc. en relación con este principio? ¿Qué piensan del reino de Dios? Lo reciben como niños pequeños? Que se les hable acerca del propósito de Dios de enviar a Jesucristo a la tierra de nuevo (Hechos 3:20); levantar de nuevo el tabernáculo de David que está caído y construirlo como en los días antiguos (Amós 9:11); quitar de los tronos a los poderosos y exaltar a los humildes (Lucas 1:52); humillar a todos los reyes de la tierra y obligar a postrarse a sus pueblos (Isaías 24:21; Salmos 72:8-11; Daniel 7:14; Salmos 2:9); establecerlo en la ciudad de Jerusalén como rey universal en la tierra (Isaías 24:23; Jeremías 3:17; Miqueas 4:2-7); dar poder a su pueblo escogido como corregentes con él sobre las naciones de la tierra (Revelación 2:26,27; 5:9,10; Salmos 149:5,9; Daniel 7:27). Que se les hable de la misión de Jesucristo de levantar las tribus de Jacob y restaurar el remanente de Israel (Isaías 49:6); recoger de nuevo a los hijos de Israel de entre las naciones de entre las naciones donde están esparcidos, trayéndolos a la tierra de sus padres, ahora vacía y desolada (Ezequiel 37:21,22), y en donde constituirán una gloriosa nación, servida y honrada por todos, tanto como son ahora oprimidos y despreciados (Sofonías 3:19,20; Isaías 61:5,7; 60:10,14).
Si se les dice que todas estas cosas están claramente escritas en la palabra de verdad, ¿qué dirán ellos? ¿Qué dicen ellos? ¿Las reciben como niños pequeños? ¿No las rechazan, más bien, con escarnio, lanzando todo el ridículo que sus bocas pueden pronunciar sobre los que dirigen su atención sobre estas cosas? Que se prevengan para que no vengan a la condenación cuando se cumplan las palabras dirigidas por Jesús a los fariseos: «Cuando veáis a Abraham, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, y vosotros estéis excluidos. Porque vendrán del oriente y del occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios» (Lucas 13:28,29). Mucho más sabio sería recibir el reino de Dios con la mansedumbre y gratitud de un niño, para que en el fin de los días puedan oír las palabras de bienvenida: «Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo» (Mateo 25:34).
Leemos en Hechos 1:3 que Jesús fue visto por sus discípulos durante cuarenta días después de su pasión, hablándoles acerca del reino de Dios. He aquí un ejemplo para los maestros religiosos actuales. El Gran Maestro consideraba las cosas del reino de tanta importancia, que dedicó sus últimos días en la tierra a su exposición. Tanto más, entonces, conviene a todos los que profesan ser sus ministros instruir al pueblo sobre el mismo tema.
En Mateo 7:21 encontramos las siguientes palabras: «No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos.»
(Nota: El reino de los cielos y el reino de Dios son la misma cosa, pues Dios, quien lo establece, es el Dios de los cielos; el reino, cuando sea establecido, será un reino que vendrá de los cielos a la tierra.)
La profesión verbal no servirá de nada para asegurar una entrada en el reino de Dios. Un mero asentimiento a la doctrina cristiana, un mero reconocimiento intelectual de la verdad del evangelio, no califica a un hombre para tan alto honor. El creer debe estar acompañado de un sincero hacer la voluntad de Dios, como se da a conocer en los preceptos de la verdad. Esto es lo que pocos hombres son capaces de hacer. El coraje moral que no teme a la singularidad es una cosa rara, especialmente en asunto de principios. Los hombres más bien se harán los desentendidos ante los negocios sucios, y se conformarán a un sinfín de prácticas deshonrosas, antes que atrevidamente declarar la convicción de su conciencia, por el temor de ser considerados «bobos.» La moda, reputación, y otras influencias que obran en la sociedad, brevemente resumidas por el apóstol Juan como «los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida,» son demasiado poderosas sobre los mortales en general, para permitir a muchos la entrada en el reino de Dios. «Los injustos no heredarán el reino de Dios» (1 Corintios 6:9). «Estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan» (Mateo 7:14). También en Marcos 10:24 leemos: «¡Cuán difícil les es entrar en el reino de Dios, a los que confían en las riquezas!»
Santiago presenta el otro lado de la moneda en el capítulo 2:5: «Hermanos míos amados, oíd: ¿No ha elegido Dios a los pobres de este mundo, para que sean ricos en fe y herederos del reino que ha prometido a los que le aman?» Las riquezas no vienen solas al hombre. Lo rodean de circunstancias que son desfavorables a la percepción espiritual. Por esta razón, un hombre rico tiene muy poca oportunidad de llegar a ser un heredero del reino de Dios; no por la simple circunstancia de haber obtenido riquezas, sino porque por medio de ellas se encuentra sujeto a muchas influencias de carácter desfavorable. El caso de los pobres es muy diferente. En esto pueden sentirse consolados. El evangelio se predica particularmente a ellos, y a ellos no puede dejar de presentar mucho más atracción que al hombre rico, puesto que en su vida han tenido muy poco consuelo. Sus días son consumidos en el trabajo. Enfrentan con dificultad el «procurar lo bueno delante de todos los hombres» y son extraños a la elegancia y lujo con los que los ricos endulzan sus vidas. Los pobres poseen muy poca reputación, tienen pocos amigos y disfrutan de pocos placeres. Para ellos el evangelio es verdaderamente una buena nueva. Les promete su liberación de todas las imperfecciones y desventajas de la vida presente, y la posesión de riquezas y honra en el reino de Dios, algo mucho más grande y duradero, y no menos real que lo que heredan actualmente los grandes hombres de la tierra. En la afectuosa creencia de esta promesa, y la elevación moral y el mejoramiento espiritual que su contemplación induce, logran la bendición de la paz de Dios que sobrepasa todo entendimiento, una paz que el mundo no conoce, una paz que el mundo no puede dar ni tampoco quitar.
De lo que ha sido expuesto, quedará claro que el evangelio de Jesucristo, tal como se da a conocer en el Nuevo Testamento, no está siendo predicado en las diferentes iglesias y capillas. Para explicar tal estado de cosas sería necesario decir algo más de lo que permiten los límites de este estudio; pero tenemos una predicción de Pablo que puede arrojar alguna luz sobre el tema. Se encuentra en 2 Timoteo 4:3,4:
«Vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas.»
Esta predicción no necesita comentario. Observamos su cumplimiento en el presente estado de la cristiandad, y la voz preventiva para cualquier mente diligente se encuentra en las palabras de Pedro: «Sed salvos de esta generación.»
Estimado lector: De la misma manera que los cristianos de la antigüedad, reciba la palabra con alegría y sea bautizado, «perseverando en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones,» y cuando el tiempo señalado llegue, le «será otorgada amplia y generosa entrada en el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo» (2 Pedro 1:11).
~ Robert Roberts